¿Os pongo deberes?
El siguiente ejercicio lo he sacado de un seminario al que asistí hace, si no voy mal, unos 22 años. Me llevó un tío mío. No recuerdo casi nada (tenía 11 años), no sé quien lo organizaba, solo recuerdo que fue en Valencia, que es donde vivía por aquella época.
Simplificando mucho, la idea era apuntar en un papel seis cosas que nos gustaría hacer y que aún no habíamos intentado hacer (por miedo, por aburrimiento, por falta de apoyo, por falta de experiencia, por lo que fuera) y numerarlas del uno al seis.
Después, escoger una hora libre, a ser posible la misma hora, para los siguientes seis días. Si empezabas un lunes, pues de lunes a sábado de seis a siete de la tarde, por ejemplo.
Por último tenías que coger un dado (evidentemente, uno de seis caras), y el lunes, a las seis menos un minuto, tirar el dado y acatar la tarea (de las seis que habías apuntado) que el azar decidiera. No había que tirar el dado una y otra vez hasta asignar una tarea por día de la semana, solo acatar la primera que nos diera el azar, así evitábamos preocuparnos por lo que debíamos hacer mañana porque no sabíamos lo que nos tocaría hacer mañana.
Durante esa hora del lunes te dedicabas a empezar con una de las seis cosas que te gustaría haber hecho pero que no habías hecho por miedo, por falta de estímulo o simplemente por falta de organización. Cualquier cosa valía. Había gente de todas las edades, podéis imaginar que mis prioridades con once años no se parecían en nada a las de mi tío, ni las suyas a las de una mujer mayor que se sentaba a nuestro lado. Pero todas y cada una de las tareas que apuntó cada una de las cincuenta personas (persona arriba, persona abajo) que acudieron allí aquella tarde, (como demostró la mujer que daba la charla eligiendo 20 tareas, de entre los asistentes, al azar), eran cosas que se podían empezar a realizar con una hora de tiempo. Quizá algunas tardaran años en completarse y otras se podían hacer en quince minutos (hacerse rico y llamar a mi madre, que nunca la llamo, por poner dos ejemplos) pero todas se podían empezar con una hora en el transcurso de la siguiente semana.
Aquella charla me enseñó que el único motivo por el que no hacemos las cosas que deseamos es porque no nos ponemos a ello. Que no sirve de nada preocuparse por anticipado de las tareas de mañana. Que cualquier cosa que emprendas empezará con una hora de tu tiempo. Que algo tan simple como este ejercicio puede cambiarte la vida a mejor en el transcurso de una semana (la que viene, por ejemplo). Que una vez que empiezas a hacer lo que deseas se convierte en un vicio, en una pasión, y que solo es difícil el arranque.
Recuerdo que teníamos en casa unos tebeos con historias de Isaac Asimov. Me apasionaban. Me daba la impresión de que esas historias que leía ya se me habían ocurrido a mí cuando aún no sabía ni hablar. Gracias a aquel seminario descubrí que me gustaba contar historias, y aquel verano escribí mi primera novela (que luego se perdió en una de las muchas mudanzas), pero quién sabe. Quizá hoy en día no escribiría si no hubiera puesto el deseo de escribir como Isaac Asimov por escrito y hubiera lanzado un dado al aire un miércoles a las seis menos un minuto de la tarde.